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Il traduttore si scusa per gli errori |
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Giron 50 El Año de la Alfabetización comenzó ardiendo (XII) |
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28 gennaio 2011 - Gabriel Molina www.granma.cubaweb.cu
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El año 1961 comenzó ardiendo en sentido figurado y real. La
populosa esquina habanera de Galiano y Neptuno quedó
chamuscada como un horno tras aquel incendio que se inició
la noche del 31 de diciembre de 1960.
Bomberos, milicianos, soldados, trabajadores, hombres y
mujeres cubanos despidieron la Nochevieja desafiando el
peligro una vez más para evitar que las llamas se
extendieran a los edificios colindantes desde la elegante
tienda La Época, una de las cinco más importantes de La
Habana.
Semanas después Reynold González, cabecilla de uno de los
grupos de saboteadores, confesaba en la televisión nacional
que el incendio de La Época había sido ejecutado por agentes
cubanos de la CIA, con dinamita gelatinosa y fósforo vivo
suministrados por oficiales de inteligencia bajo la fachada
de funcionarios de la embajada de Estados Unidos. Era parte
de un plan que día a día provocaba sensibles bajas en las
filas del pueblo y graves daños a la economía del país. Era,
como lo denominaban en Washington, una preparación
psicológica para la proyectada invasión.
También ardía el país. Tres meses antes los órganos de la
Seguridad habían recogido suficiente información para
sustentar la denuncia realizada por el canciller Raúl Roa
ante la Asamblea General de la ONU, el 7 de octubre de 1960,
sobre el aceleramiento de los planes de Estados Unidos para
invadir a Cuba. Solo 37 días después de la Conferencia de
Cancilleres en Costa Rica convocada para enjuiciar a Cuba
por las tensiones en el Caribe.
En la Finca Helvetia, colindante con los departamentos de
Retalhuleu y Quetzaltenango, Guatemala, estaba ya recibiendo
entrenamiento especial una brigada reclutada por la CIA,
bajo el mando de militares norteamericanos. Allí se había
construido una pista de aterrizaje de concreto por
ingenieros norteamericanos, con hangares subterráneos, para
facilitar el aterrizaje y despegue de aviones pesados y de
propulsión a chorro. Se construía asimismo una carretera
hacia la costa del Pacífico. En agosto y septiembre
—denunciaba el informe—, mientras en San José se trataba de
legalizar la intervención, entraron en Guatemala, haciéndose
pasar por turistas, más de cien aviadores y técnicos
militares norteamericanos.
Y en el aeropuerto de Ciudad Guatemala se vieron aviones de
bombardeo con insignias cubanas. Era rumor público que
escondían un doble motivo: servir para agredir a Cuba o para
simular una agresión cubana contra Guatemala. Un año antes,
un despacho de la agencia AP informaba que:
inexplicablemente se desconocía el destino y paradero de
"cinco bombarderos B-26 sustraídos de una base aérea de
Estados Unidos en Miami por el piloto chileno Oscar Squella,
quien después de ser interrogado fue puesto en libertad tras
pagar una fianza de 2 mil dólares".1 Desde los primeros
meses de 1959, Washington se negó a entregar al gobierno
revolucionario aviones B-26 comprados por Batista que no
fueron embarcados. El 5 de agosto de 1960 se dijo que habían
sido saboteados.
No por azar, el Canciller de Uruguay daba a conocer
coincidentemente un informe "secreto" circulado a los
gobiernos latinoamericanos por el de Estados Unidos, según
el cual, Cuba construía 17 rampas de lanzamiento de cohetes
soviéticos que ponían en peligro la paz en el hemisferio
occidental.
Las agencias de prensa afirmaban que Uruguay consideraba la
posibilidad de romper relaciones diplomáticas con Cuba. El
día anterior, el gobierno de Perú había roto, después que en
una operación preparada por la CIA, un grupo asaltó la
embajada cubana en Lima. Después presentaron documentos
prefabricados por los servicios secretos norteamericanos,
sobre supuestas subvenciones de Cuba a los movimientos de
izquierda peruanos. Ya antes, sin muchos subterfugios,
Guatemala también rompió. Allí, desde 1953, la represión
abierta suplía a las explicaciones.
Fidel había presidido una cena de año nuevo con 10 000
maestros en el antiguo campamento militar de Columbia,
convertido en la escuela Ciudad, Libertad. A la entrada un
arco lumínico esplendoroso, exhortaba: ¡Alfabetice! Pues
paradójicamente, 1961 había sido denominado Año de la
Educación. El Primer Ministro comentaba el número dado a
conocer en Uruguay, y explicaba que se trataba de un plan
fraguado por Allen Dulles para crear un incidente. Las 17
rampas de cohetes formaban parte del mismo.
Había información de que la ejecución de la invasión a Cuba
era inminente, con idea de realizarla antes de la toma de
posesión del nuevo presidente de Estados Unidos. Fidel
anunciaba que ante el peligro decenas de miles de jóvenes
marcharon con sus baterías antitanques, antiaéreas y
morteros a sus puestos. El Ejército Rebelde, en columnas
especiales de combate y artillería, tomaba posiciones. El
incendio de La Época trataba de crear condiciones para la
operación.
EISENHOWER DECIDIÓ ROMPER RELACIONES CON CUBA
El segundo aniversario del triunfo de la Revolución se
conmemoraba el 2 de enero dentro de un bivalente clima de
tensión y alegría.
Durante esos dos últimos años se habían producido en Cuba
los cambios estructurales más profundos de Latinoamérica en
todos los tiempos. La ley de Reforma Agraria, la de Reforma
Urbana, las nacionalizaciones de las compañías agrícolas,
industriales y de servicio norteamericanas y de la industria
y el gran comercio cubanos, entre otras medidas, unidas a la
disolución del antiguo ejército de Batista, de hecho
complementaba la destrucción del aparato económico y militar
establecido desde el 20 de mayo de 1902.
El pueblo estaba ansioso por tener una visión de conjunto de
las armas con las que segmentadamente se estaban entrenando,
por lo que varios cientos de miles de personas prorrumpieron
en aclamaciones cuando el comandante Juan Almeida, Jefe del
Ejército Rebelde, abría el desfile en un yipi, al frente de
cuatro columnas especiales de combate del Ejército Rebelde,
antes de incorporarse a la tribuna.
A continuación desfilaron compañías de bazucas, baterías de
morteros de 120 milímetros, de antiaéreas, de cañones
antitanques, de artillería pesada. Nunca se había visto una
cosa igual en el país. Una hilera que parecía interminable,
poderosa, de tanques pesados y medianos T-34, irrumpió en la
Plaza con el mecánico ruido de sus orugas elevándose sobre
las aclamaciones. Aquella tarde el sonido de los tanques
desplazándose contenía una armonía casi musical.
Ya todo el mundo sabía que primero en secreto y después de
modo trascendente, Fidel, Raúl y otros dirigentes cubanos
habían adquirido esas armas en los países socialistas,
principalmente en la URSS, pues el gobierno de Estados
Unidos se negó a vender armas a Cuba y además impidió que
Europa occidental continuase haciéndolo para conseguir que
la Isla no tuviese con qué defenderse. Mientras tanto, en
esos mismos días de enero, el presidente recién electo, John
F. Kennedy, analizaba los problemas más urgentes antes de
tomar posesión. Desde el 17 y el 22 de noviembre del año
anterior, Allen Dulles y Richard Bissell, director y
subdirector de la CIA respectivamente, habían informado a
Kennedy sobre el llamado Proyecto Cuba que se planteaba el
objetivo de liquidar a la Revolución Cubana. Esa decisión se
había tomado por Eisenhower diez meses antes, a instancias
de Nixon.
De acuerdo con los informes de inteligencia suministrados
por Dulles, el pueblo cubano y el propio Ejército Rebelde
manifestaban un amplio repudio por el Gobierno
Revolucionario y se contaba con un levantamiento masivo una
vez que se produjera la invasión. Los servicios secretos
norteamericanos poseían un defecto capital: Sus agentes y
oficiales informaban a los jefes lo que estos querían
escuchar, aunque no fuese realidad.
En la gigantesca concentración del 2 de enero, cuando Fidel
iba a iniciar sus palabras, comenzó a lloviznar. El pueblo,
inmediatamente, olvidándose de su propia salud, exigió: ¡Que
se tape, que se tape! Los presentes recordaban con alarma
cómo en julio anterior, Raúl tuvo que tomar el relevo de
Fidel cuando este hacía el resumen del Congreso
Latinoamericano de Juventudes y dramáticamente perdió la
voz.
Alguien trajo a Fidel una capa accediendo al clamor popular.
Pero este dijo que no importaba mojarse y se despojó de
ella. Las protestas alcanzaron entonces un nivel
ensordecedor. ¡No, no. Que se la ponga, que se la ponga!
El Comandante insistió diciendo que en momentos en que todo
el pueblo estaba dispuesto a dar su vida para defender la
causa, no importan unas cuantas goticas de agua encima. Los
presentes no cejaron en su empeño en que se tapase. No le
quedó más remedio que volverse a poner la capa.
En noviembre último Eisenhower había completado el bloqueo
económico y comercial; en diciembre 29 fueron apresados 17
miembros de una banda que, mediante tres fábricas de bombas,
venía realizando atentados terroristas. Fidel fue tajante en
su discurso: "la embajada americana paga aquí el terrorismo
(...) Ahí hay un enjambre de agentes del Servicio Central de
Inteligencia, del FBI, y del Pentágono que han estado
operando impunemente, y esos agentes modernos de destrucción
son los que han abastecido a los terroristas de explosivos
de alto poder (...) La Revolución ha consentido que una
plaga de agentes del Servicio de Inteligencia, disfrazada de
funcionarios diplomáticos, hayan estado aquí espiando y
promoviendo el terrorismo. Pero el Gobierno Revolucionario
ha decidido que antes de 48 horas la embajada de Estados
Unidos no tenga aquí ni un funcionario más de los que
nosotros tenemos en Estados Unidos". 2
La orden significaba que de más de 300 funcionarios, solo
debían quedar once. Al día siguiente, el gobierno de
Eisenhower anunciaba al mundo su decisión de romper
relaciones diplomáticas y consulares con Cuba. Dos días
después se produciría otra especie de macabra respuesta: el
cruel asesinato del alfabetizador Conrado Benítez .
1
Diario Revolución, 26 de enero de 1960.
2
Diario Hoy, 3 de enero de 1961. |
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