Discurso pronunciado por José Ramón Machado Ventura, Segundo Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, en la despedida de duelo del General de División de la Reserva José Ramón Fernández Álvarez, en el Panteón de los Veteranos de la Necrópolis Cristóbal Colón, el 8 de enero de 2019, “Año 61 de la Revolución”.
Querida Asela y demás familiares del General de División de la Reserva José Ramón Fernández Álvarez;
Compañero Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros:
Hay personas con una existencia tan pródiga, genuina y ejemplar, que resulta imposible asociarlas a la idea de la muerte. Las recordaremos siempre vinculadas con la vida, con el trabajo fecundo en bien de su pueblo y de la humanidad.
Fernández es, sin el menor ápice de exageración, uno de esos seres excepcionales. Su sentido del deber y conciencia ética fueron brújula infalible en cada uno de sus actos.
El Primer Secretario de nuestro Partido, General de Ejército Raúl Castro Ruz, tan pronto conoció la triste noticia fue de los primeros en transmitir sus condolencias desde Santiago de Cuba, ciudad donde se encuentra. Estoy seguro de que ese sentimiento solidario lo compartimos la inmensa mayoría de los cubanos, recíbanlo en nombre de todos.
En los inicios de su vida adulta y aún sin una clara concepción de cuál sería el camino correcto, cuánta fuerza moral necesitaría para mantener una conducta invariablemente recta, en un medio en el que, salvo honrosas excepciones, predominaba la mezquindad, el egoísmo, la avaricia y la competencia desleal por ascender en grado y escalar posiciones jerárquicas.
Así era el ejército de una república sometida a la bota yanqui, al cual ingresó aquel joven idealista y desbordante de energías con el único propósito de servir a la Patria en cuanto estuviera a su alcance.
A golpe de tenacidad, disciplina, inteligencia, esfuerzo y resultados sorteó los muchos obstáculos que le impuso una y otra vez su firme decisión de no plegarse ante propuestas indecorosas y guiarse únicamente por aquello que le indicaba su conciencia.
En ese difícil batallar llegó a la convicción de que no bastaba con no inmiscuirse y repudiar tanto vicio. Era necesario actuar y sin dudarlo arriesgó todo e inició la conspiración en el medio militar, único que conocía y la vía que consideraba como más factible y adecuada en aquellas circunstancias. Los hechos se encargaron de demostrarle que su pensamiento resultaba inviable.
Por eso en abril de 1956, tras un Consejo de Guerra plegado a las órdenes del dictador, la reclusión en el mal llamado Presidio Modelo, en la entonces Isla de Pinos, no significó simplemente un castigo inmerecido, sino una verdadera escuela que respondió a muchas de sus interrogantes acerca de cómo lograr que Cuba alcanzara la verdadera independencia y una sociedad más justa para todos sus hijos. El intercambio cotidiano con otros combatientes puso ante sus ojos el verdadero y único camino posible para hacer realidad ese anhelado sueño.
En esos duros años de encierro, el primer teniente Fernández, hasta entonces uno de aquellos excepcionales oficiales honorables del ejército, se transformó para siempre en el Gallego Fernández, un combatiente incondicional de la Revolución.
El Primero de Enero de 1959, el incorruptible y recto patriota era ya, además, un audaz revolucionario por convicción. No era aún un comunista en todo el sentido de la palabra, pero sí un hombre con un pensamiento político social avanzado y dispuesto a arriesgarlo todo por hacer realidad sus ideales.
Así lo hicieron saber sus compañeros del presidio político a los principales dirigentes de la Revolución. Ello explica que poco después del triunfo, tanto el Comandante en Jefe como el Comandante Raúl Castro Ruz se entrevistaron con él a fin de indagar qué ayuda podía esperarse de su parte. Bastó esa conversación inicial para que ambos, por separado, llegaran a la misma conclusión: intuyeron que tenían ante sí a un hombre sincero y transparente, que expresaba con claridad absoluta lo que pensaba. En fin, alguien en quien la Revolución podía confiar.
De inmediato se le encomendaron importantes tareas. El carismático Gallego Fernández, un santiaguero con el acento al hablar de un nacido en tierra española, el mismo que poco antes, profundamente decepcionado, había decidido abandonar para siempre la carrera militar, al llamado de Fidel renunció sin pensarlo dos veces a los jugosos ingresos del ya nombrado administrador de un central azucarero; vistió el uniforme verde olivo y con el modesto salario de oficial rebelde partió a cumplir la misión encomendada.
Su actuación fue transformando aceleradamente en convicción profunda la intuición inicial del Líder de la Revolución y del Comandante Raúl Castro acerca de sus cualidades.
La extensa trayectoria de Fernández a partir de entonces es bastante conocida por nuestro pueblo. En los convulsos primeros años, pasó de una a otra misión según lo fueron imponiendo las circunstancias.
Con su modestia característica puso a disposición de las nacientes Fuerzas Armadas Revolucionarias sus conocimientos militares. Estos resultaron muy valiosos en el enfrentamiento a las constantes agresiones del poderoso vecino del Norte, que de inmediato comenzaron a producirse.
Se le encomendó dirigir la Escuela de Cadetes del Ejército Rebelde. Sin abandonar esa responsabilidad, asumió el mando de la preparación de los primeros batallones de milicianos habaneros, a quienes se premiaba con la “boina verde” tras vencer un breve, pero intenso entrenamiento. Con ellos tomó parte en el enfrentamiento a las bandas contrarrevolucionarias organizadas y armadas desde Estados Unidos.
Posteriormente fue el director fundador de la Escuela de Responsables de Milicias de Matanzas con cuyos alumnos partió al combate en Playa Girón, donde, bajo el mando directo del Comandante en Jefe, participó de forma destacada en la conducción de las acciones que propinaron la primera gran derrota al imperialismo yanqui en este continente.
Por tan destacados méritos es ascendido a Comandante ya en junio de 1961 y un mes más tarde designado Jefe de la Dirección de Preparación Combativa del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
En 1964 se graduó en el primer curso de la Escuela Básica Superior y en enero de 1969 es nombrado Viceministro de Instrucción de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Desde ese cargo realizó una meritoria labor en la organización y desarrollo del sistema de preparación de cuadros en las instituciones docentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. No pocos de los principios que impulsó conservan su vigencia hasta el presente.
El año 1970 marca el inicio de otra importante etapa de su vida, al ser designado Ministro de Educación y más tarde Vicepresidente del Consejo de Ministros encargado de atender a ese sector y el deportivo.
Desde esas responsabilidades supo interpretar y poner en práctica las ideas concebidas por el Líder de la Revolución para llevar adelante la extraordinaria obra educacional que ha tenido lugar en nuestra Patria.
Son notables y conocidos sus aportes al sistema nacional de enseñanza en todos los niveles, al igual que al deporte, en el que además estuvo al frente del Comité Olímpico Cubano por muchos años y siguió siendo su Presidente de Honor vitalicio.
Suman miles los maestros, profesores, entrenadores deportivos y atletas que lo recuerdan con cariño y respeto, siempre en estrecho contacto con todos ellos y con la masa de niños, adolescentes y jóvenes estudiantes.
Y cuando en el año 2012 la salud y la avanzada edad exigieron mermar el ritmo de trabajo, continuó aportando su experiencia y conocimientos como asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. Hasta hace muy poco, sobreponiéndose a las dificultades en el andar, lo veíamos llegar bien temprano cada mañana al Palacio de la Revolución para cumplir esa importante responsabilidad.
Tanto esfuerzo y resultados merecieron numerosos reconocimientos de nuestro pueblo. Fundador del Partido, integró su Comité Central desde el Primer Congreso en 1975; fue miembro suplente del Buró Político, activo militante y delegado a todos los congresos partidistas.
Fue elegido Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular desde su constitución en 1976, condición que mantenía al momento de su fallecimiento.
Mereció múltiples condecoraciones y órdenes nacionales e internacionales. Destacan el Título Honorífico de Héroe de la República de Cuba, otorgado el 16 de abril de 2001 junto a la Orden Playa Girón, en ocasión del aniversario 40 de aquella trascendental victoria.
Un libro contentivo de sus memorias, con prólogo del General de Ejército Raúl Castro Ruz, terminó de imprimirse hace algo más de dos meses, con la idea de que viera la luz en ocasión de su 95 cumpleaños.
No ocurrió así. Al recibir el primer ejemplar y conocer la idea, ya en su lecho de enfermo, insistió tajante en que la salida no coincidiera con esa fecha. Expresó: “Sería algo pretencioso de mi parte”. Así era Fernández.
Al final de dicha obra escribió estas líneas que explican por sí solas el sentido de su larga y fructífera vida de revolucionario:
“Mi mayor orgullo, en el sentido sano de la palabra, es contar con la confianza de dos grandes hombres de nuestro proceso revolucionario, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz y el General de Ejército Raúl Castro Ruz”.
Y continuó:
“Mis experiencias marcadas por estas dos personalidades, a las que he seguido en todos estos años, y el compromiso con mi Patria y el pueblo de Cuba, las guardo con mucho celo y son un aliciente para seguir aportando mis energías físicas y mentales a esta gran obra de la Revolución socialista cubana. Mi único deber es ser fiel a esa confianza, mientras haya vida en mí”.
Hasta aquí sus palabras, a las que solo se podría agregar: Fuiste así hasta el último minuto de tu existencia. ¡Gracias por el ejemplo que nos legas! Cuantos te conocimos y todo nuestro pueblo te recordará y admirará eternamente, querido compañero Fernández.
Muchas gracias