“Quello che fecero fu un’atrocità. Lo conobbi dalla stempiatura della fronte. Era molto gonfio e bruciato dal sole, quando arrivarono al molo di Caimanera con il suo corpo. Loro sapevano che lavorava per la Rivoluzione.
“Lo fecero per questo, forse per strappargli qualche informazione che non ottennero, o per intimidire i pescatori, perché stavano sempre provocandoli, cercando di intimidirli dall’altro lato.
“Io so che furono loro, chi altro poteva essere. Non avevamo altri nemici che i militare della Base Navale, sempre tanto prepotenti. Come puoi uccidere una persona e torturarla brutalmente, perché non pensa o agisce come loro? Terroristi è ciò che sono, e dovrebbero andarsene, ora, da lì e restituire quel nostro pezzo di terra e di mare che occupano illegalmente”.
Oggi ha 84 anni questa donna che ricorda, con angoscia, l’assassinio di Rodolfo Rosell Salas e accusa l’imperialismo per la sua sgradita presenza sul suolo cubano. Il suo nome è Eloisa Berto Martinez, ed è la vedova del pescatore cubano trovato, senza vita, sulla sua barca, a cayo Tres Piedras, distante circa cinque miglia dal villaggio di Caimanera e nel territorio della Base Navale.
Al bordo delle 18:00 di questo lunedì, era mortificata e triste sulla porta della sua casa di via Cuartel e Avenue Camilo Cienfuegos, nella città di Guantanamo. Una casa costruita nello stesso anno 1962, con il contributo monetario della popolazione solidale con una famiglia cubana lacerata.
Ha in mano un ritratto di nozze. Lei e Rodolfo, sorridenti … “Questi giorni sono molto pesanti per me. Mi riportano ricordi che, alla mia età, già mi fanno molto male, ma parliamo un poco” dice tranquillamente, mentre va preparando le sue memorie.
“Fu un momento tragico per me, e per questo villaggio, tanto che, anche, a volte si creano alcune confusioni con fatti e date” dice.
Racconta la vedova che il giorno 11 luglio 1962, alle quattro del pomeriggio, come al solito, Rodolfo Rosell uscì di casa, in via La Guira numero 64, in Caimanera. “Solo portava una bottiglietta con il caffè, perché sempre lasciava, tutto per la pesca, sulla sua barca, vicino alla cooperativa di pesca in cui lavorava. Non volevo che andasse a pescare quel giorno, perché ero quasi per dare alla luce il nostro terzo figlio.
“Mi disse che aveva già parlato con i suoi compagni affinché stessero attenti e lo avvisassero se giungevano i dolori del parto. E se ne andò. Si ebbe una tempesta nella notte e parte della mattina, e perciò non fui al molo ad aspettarlo, come sempre, alle 07:00 del mattino di quel giorno 12.
“Ma quando vidi che era quasi mezzogiorno e non arrivava, andai alla cooperativa. Mi dissero che non era ritornato e che uscì solo in mare aperto, perché il suo compagno di pesca non c’era quel giorno. Ritornai più volte e niente. Allora uscirono su una barca a cercarlo. Fu lunga la ricerca da parte dei suoi colleghi di lavoro e del corpo della guardia costiera cubana.
“Lo trovarono il giorno 13 di mattina, specificatamente nella spiaggia di El Conde. Sulla poppa della sua barca Tres Hermanas, che era completamente in secca e inclinata: il suo corpo immobile, massacrato, decomposto. Nel suo cranio e altrove, c’erano perforazioni fatte, probabilmente, con punzoni ed ematomi di un crudele pestaggio, e tutti i vestiti strappati.
“Aveva allora 29 anni, come me, ed eravamo con i nostri figli. Marisela, la maggiore, che quando questo accadde aveva sette anni, non volle andare al cimitero, perché il cadavere era così decomposto che non poteva farsi il funerale, e meno ancora come era in quei tempi a Caimanera, nelle case.
“Ma Rodolfo c’era, anche se non volle vedere il cadavere del padre. Era molto piccolo, solo cinque anni. Mia figlia Reyna non conobbe suo padre, poiché nacque otto giorni dopo che lo assassinarono.
“Tutte il popolo fu al funerale e gridava: “Assassini, assassini” con lo sguardo verso l’enclave yankee. Perché loro sono i responsabili. Fu una brutalità quello che fecero, e quelle sono delle cose della storia che non si possono dimenticare”.
Memorias de un asesinato
«Lo que hicieron fue una salvajada. Lo conocí por la entrada en la frente. Estaba muy inflamado y quemado por el sol, cuando llegaron al muelle de Caimanera con su cuerpo. Ellos sabían que él trabajaba para la Revolución.
«Lo hicieron por eso, tal vez para sacarle alguna información que no obtuvieron, o para acobardar a los pescadores, porque siempre estaban provocándolos, tratando de intimidarlos desde el otro lado.
«Yo sé que fueron ellos, quién más pudo ser. No teníamos otros enemigos que los militares de la Base Naval, siempre tan prepotentes. ¿Cómo van a matar a una persona y torturarla con saña porque no pensara o actuara como ellos? Terroristas es lo que son, y debieran largarse ya de allí y devolver ese pedazo nuestro de mar y tierra que ocupan ilegalmente».
Hoy tiene 84 años esta mujer que recuerda con angustia el asesinato de Rodolfo Rosell Salas y acusa al imperialismo por su indeseable presencia en suelo cubano. Su nombre es Eloísa Berto Martínez, y es la viuda de ese pescador cubano encontrado sin vida sobre su lancha, en cayo Tres Piedras, distante a unas cinco millas del poblado de Caimanera y en territorio de la Base Naval.
Al filo de las seis de la tarde de este lunes, estaba ella cabizbaja y triste en el portal de su casa de la calle Cuartel y avenida Camilo Cienfuegos, en la ciudad de Guantánamo. Una morada construida en el mismo año 1962, con la contribución monetaria de la población solidarizada con una familia cubana destrozada.
Tiene en las manos un retrato de boda. Ella y Rodolfo, sonrientes… «Estos días son muy pesados para mí. Me traen recuerdos que, a mi edad, ya me hacen mucho daño, pero vamos a conversar un poquito», me dice con hablar pausado, mientras va hilvanando sus memorias.
«Fue un momento trágico para mí, y para este pueblo, tanto que incluso a veces se crean algunas confusiones con los hechos y las fechas», expresa.
Cuenta la viuda que el día 11 de julio de 1962, a las cuatro de la tarde como siempre, Rodolfo Rosell salió de la casa, en la calle La Güira número 64, en Caimanera. «Solo llevaba su pomito con café, porque siempre dejaba todo lo de la pesca en su bote, cerca de la cooperativa pesquera donde trabajaba. Yo no quería que fuera a pescar ese día, porque estaba casi al parir a nuestro tercer hijo.
«Me dijo que ya había hablado con sus compañeros para que estuvieran atentos y le avisaran si me entraban los dolores del parto. Y se fue. Hubo una tempestad en la noche y parte de la madrugada, por eso no fui al muelle a esperarlo, como siempre, a las siete de la mañana de aquel día 12.
«Pero cuando vi que ya casi era mediodía y no llegaba, fui a la cooperativa. Me dijeron que no había regresado y que salió solo mar adentro, porque su compañero de pesca no fue ese día. Volví varias veces y nada. Entonces salieron en un barco a buscarlo. Fue prolongada la búsqueda de sus compañeros de trabajo y del cuerpo de guardacostas cubanos.
«Lo encontraron el día 13 en la mañana, específicamente en la playa El Conde. Sobre la popa de su bote Tres Hermanas, que estaba encallado y ladeado completamente, su cuerpo inmóvil, masacrado, descompuesto. En su cráneo y en otras partes había perforaciones hechas probablemente con punzones y hematomas de una cruel golpeadura, y toda la ropa estaba desgarrada.
«Tenía entonces 29 años de edad, como yo, y éramos felices con nuestros hijos. Marisela, la mayor, quien cuando aquello tenía siete años, no quiso ir al cementerio, porque estaba tan descompuesto el cadáver que no podía hacerse funeral, y menos como era en aquellos tiempos en Caimanera, en las casas.
«Pero Rodolfo sí fue, aunque no quiso ver el cadáver de su papá. Era muy pequeño, solo cinco años de edad. Mi hija Reyna no conoció a su padre, pues nació ocho días después de que lo mataran.
«Todo el pueblo fue al entierro y gritaba: “Asesinos, asesinos”, con la vista puesta en el enclave yanqui. Porque ellos son los responsables. Fue una salvajada lo que hicieron, y esas son de las cosas de la historia que no se pueden olvidar».