El Gobierno de Estados Unidos empleó a fondo todas sus tácticas de terrorismo de Estado para tratar de aniquilar a la Revolución |
15 aprile 2006
Pero la rápida y demoledora respuesta del pueblo cubano causó al imperialismo su primera gran derrota
Despúes de mediados de enero de 1961, el Grupo Especial del Consejo de Seguridad Nacional celebra sus dos últimas reuniones antes del cambio de poderes presidenciales, la última de ellas al más alto nivel con los nuevos secretarios de Estado y Defensa de la Administración Kennedy, para reafirmar los conceptos básicos del proyecto.
Kennedy mantuvo la vinculación de la CIA y los principales jefes del Pentágono en todo el proceso conspirativo contra Cuba.
En su informe, el Inspector General de la CIA dice: “El Grupo Especial, sin embargo, no estaba de acuerdo con el plan sustituto y expresó sus dudas acerca de que algo que no fuera una invasión directa de las fuerzas armadas de los Estados Unidos podría lograr el derrocamiento de Castro. Pero parecía existir un acuerdo sobre el hecho de que cualquiera que fuera la decisión final, sería ventajoso para los Estados Unidos contar con algunos refugiados cubanos entrenados para su uso eventual, y que la CIA debía continuar preparándolos”.
La primera reunión formal del Presidente Kennedy y sus asesores militares y de seguridad sobre el tema cubano, tuvo efecto el 28 de enero de 1961. En esta reunión hubo una presentación, mayormente verbal, del estado de los preparativos y el Presidente Kennedy aprobó su continuación. El 5 de febrero se realizó una nueva reunión y en ella la Junta de Jefes de las Fuerzas Armadas dio su opinión escrita sobre el plan. En este documento se decía que el éxito estaba condicionado por un levantamiento interno de cierta importancia, o bien por el apoyo desde el exterior. Es decir, por una intervención directa de las fuerzas norteamericanas, con auxilio de algunos contingentes simbólicos de otros países latinoamericanos. Kennedy instruyó a Robert McNamara, su Secretario de Defensa, velar cuidadosamente por el aspecto militar del plan, y ordenó a Dean Rusk, el Secretario de Estado, que organizara el trabajo político necesario para aislar a Cuba en el hemisferio, utilizando para ello a la OEA.
“La realidad fue que Fidel resultó ser un enemigo mucho más formidableÁ”, declararía después uno de los más íntimos asesores de Kennedy.
En marzo de 1961, después de estudiado el último informe, se consideró maduro el proyecto y se dictaron las órdenes oportunas. Quince años más tarde este documento fue publicado tras su desclasificación. Vale la pena transcribirlo completo:
La Casa Blanca, Washington, 11 de marzo de 1961
(MUY SECRETO)
MEMORÁNDUM DE DISCUSIÓN SOBRE CUBA
El presidente dio instrucciones de que se tomaran las siguientes acciones:
Hacer todas las gestiones para ayudar a los patriotas cubanos a formar una organización nueva y políticamente fuerte, y junto con esta gestión tratar de hacer la mayor cantidad posible de propaganda para los nuevos líderes políticos de esta organización, especialmente aquellos que sean participantes de una campaña militar de liberación.
Ejecutor: Agencia Central de Inteligencia.
El gobierno de Estados Unidos debe tener listo un libro blanco sobre Cuba y también debe estar listo para dar una ayuda apropiada a los patriotas cubanos.
Ejecutor: Arthur Schlesinger, en cooperación con el Departamento de Estado.
El Departamento de Estado presentará recomendaciones con respecto a la política de la Organización de Estados Americanos, buscando una demanda de elecciones libres, con oportunidades y protección adecuada para todos los patriotas cubanos.
Ejecutor: Departamento de Estado.
El Presidente espera autorizar el apoyo de Estados Unidos, a un número apropiado de patriotas cubanos que se regresen a su patria. Él considera que no se ha presentado el mejor plan desde el punto de vista combinado de consideraciones militares, políticas y psicológicas, y que deben concretarse rápidamente nuevas proposiciones.
Ejecutor: Agencia Central de Inteligencia con consulta apropiada.
[Firmado] McGeorge Bundy [Asesor del Presidente para Asuntos de Seguridad Nacional].
El primer punto fue cumplido a medias, pues realmente lo que se hizo fue ampliar el grupo ya formado con las cinco organizaciones mencionadas con la entrada del contrarrevolucionario Manuel Ray, un ingeniero que había sido Ministro de Obras Públicas en los primeros meses de la Revolución y tras su destitución a finales de 1959 había desertado. El grupo ampliado pasó a llamarse Consejo Revolucionario Cubano, y como coordinador fue designado el doctor José Miró Cardona, que no militaba en ninguna agrupación. La protesta iniciada por Tony Varona, coordinador hasta ese momento del Frente, fue acallada cuando se le informó que el Presidente del futuro gobierno provisional no podría aspirar en las elecciones que se organizarían después del triunfo. Durante los días de la invasión, los integrantes de este “gobierno” fueron mantenidos incomunicados a la fuerza en territorio norteamericano, mientras la CIA emitía en su nombre comunicado tras comunicado.
El segundo punto fue cumplido. Se intentó cumplir el tercero, pero la firme solidaridad hacia Cuba de las masas latinoamericanas hicieron vacilar a sus gobiernos, y la actitud de México, secundado por Brasil y Ecuador, impidieron su cumplimiento en la fecha adecuada. El último punto no sólo estaba destinado a expresar algunas de las dudas del Presidente, sino también a obtener el máximo de sus subordinados y obligarlos a encontrar soluciones alternativas.
Cuatro días más tarde, la CIA presentó a Kennedy el nuevo lugar seleccionado para el desembarco de la fuerza que debería establecer la cabeza de playa inicial: la franja costera que circundaba la bahía de Cochinos. Era un lugar ideal, se le dijo, apartado, en una zona carente de teléfonos ni telégrafos, pocos accesos terrestres que podían ser controlados con relativa facilidad y una pista para aviones en Playa Girón. Según el informe, el teléfono más cercano estaba en el central Covadonga, 30 kilómetros al nordeste. Pero hasta en eso la Agencia se equivocaba, pues dentro de la misma zona del desembarco, en el centro turístico de Guamá, en la Laguna del Tesoro, había comunicación telefónica.
Para todos quedó claro que era razonablemente factible establecer una cabeza de playa y luego apoyar la invasión desde el exterior. Trinidad había quedado descartada. En todo caso, la nueva zona escogida estaba relativamente cercana a las montañas del Escambray, en caso de que fuese necesario recabar el apoyo de las bandas contrarrevolucionarias que operaban en ellas.
A principios de abril, Kennedy recibió nuevas informaciones sobre la gran simpatía y el apoyo inmensamente mayoritario del pueblo a la Revolución, y pudieron apreciarse de nuevo en él síntomas de vacilaciones. Según narra Theodore Sorensen, asesor especial del Presidente, en su biografía de Kennedy, el nuevo mandatario norteamericano temía ver envuelta a la mitad de su ejército de tierra en una lucha irregular en Cuba mientras “los comunistas podrían tomar la iniciativa en Berlín o en cualquier otro punto del globo que les conviniera”.
Mientras tanto, como se ha visto, en Cuba se incrementó la ola de terror contrarrevolucionario durante esos primeros meses de 1961. Entre los meses de enero y marzo las fuerzas revolucionarias capturaron varios envíos de armas y pertrechos que la CIA enviaba a sus bandas para ser utilizados en apoyo de la invasión. También se acrecentaban las infiltraciones de diferentes grupos con las instrucciones para asegurar los preparativos.
En los primeros días de abril, se fueron acrecentando las agresiones y los actos terroristas de la CIA. En su edición del 6 de abril, el diario The New York Times publicó un artículo donde predecía grandes revueltas en Cuba. Como se revelaría más adelante, la iniciativa del periódico era una preparación propagandística de la opinión pública para justificar la agresión que se avecinaba. En esos días se produjeron algunos sabotajes importantes para intentar destruir instalaciones industriales o de servicios, escuelas y plantaciones agrícolas. Como se recordará, la campaña culminó con el espectacular incendio de la tienda por departamentos más grande del país.
El 12 de abril, el Presidente Kennedy declaró públicamente en una conferencia de prensa: “Deseo decir que no habrá, bajo condición alguna, una intervención en Cuba por las fuerzas armadas de los Estados Unidos. Este Gobierno hará todo lo que posiblemente pueda [...] para asegurar que no haya norteamericanos implicados en alguna acción dentro de Cuba”. Sin embargo, en ese momento los barcos que transportaban a las fuerzas invasoras se movían ya desde Puerto Cabezas, en Nicaragua, hacia la bahía de Cochinos, escoltados directamente por la flota norteamericana, que tenía la orden expresa de defenderlos con sus aviones y cañones en caso de que fuesen sorprendidos en alta mar. Por otra parte, pilotos, hombres rana y asesores norteamericanos iban a participar en las acciones en aire, mar y tierra. Aviones de la Marina de Guerra norteamericana dieron protección a la aviación del contingente mercenario. Cinco pilotos norteamericanos atacaron a Cuba y cuatro murieron en el empeño. Pero, sobre todo, los buques de guerra permanecerían a la vista de la bahía de Cochinos, dispuestos a intervenir con sus aviones, su artillería y las tropas que transportaban en cuanto las condiciones de la intervención militar directa fuesen creadas de acuerdo con el plan.
El 14 de abril, una agrupación de barcos en misión de la CIA, la mayor parte de ellos buques de guerra de la Marina norteamericana para que pareciese una expedición de mayores proporciones, se acerca a las inmediaciones de la ciudad de Baracoa, en el extremo oriental de la Isla, para producir un desembarco de 160 hombres de una fuerza elite, preparada especialmente en territorio norteamericano, para que distrajera la atención de las fuerzas revolucionarias, mientras el grueso de la brigada invasora desembarcaba por el lugar seleccionado, en la región central de la Isla. La misión, frustrada por la cobardía de los jefes de la expedición al apreciar las sólidas defensas revolucionarias, era no solamente tomar la ciudad de Baracoa, sino marchar hacia la base naval norteamericana de Guantánamo y, simulando que eran tropas cubanas, organizar una provocación atacando la instalación y posibilitar así una respuesta militar norteamericana que diera una motivación formal adicional para intervenir en el conflicto creado por la invasión mercenaria.
Al amanecer del 15 de abril se desata la primera fase de la invasión. Ocho bombarderos B-26 procedentes de su base en Puerto Cabezas y disfrazados con las insignias de la Fuerza Aérea Revolucionaria cubana, realizan un ataque sorpresivo contra los aeropuertos de Ciudad Libertad, San Antonio de los Baños y Santiago de Cuba. El artero ataque dejó un saldo de siete muertos y 53 heridos.
Aunque sin duda esta acción ponía sobre aviso a los cubanos de la inminencia de la agresión militar directa, los dos objetivos que perseguía eran tan cruciales que se había decidido mantenerla en el plan de la operación general. La doble intención era, por una parte, tratar de destruir o inutilizar la mayor cantidad posible de los pocos aviones de combate con que contaba Cuba en ese momento, y, por la otra, crear mediante una desinformación bien orquestada la impresión de que se estaba produciendo una rebelión interna en la Isla, es decir, lo mismo que había anunciado The New York Times el día 6. Lo primero se consideraba vital para garantizar a la hora de la invasión el dominio del aire por la aviación mercenaria. Lo que no supieron ese día los estrategas norteamericanos es que, gracias a las medidas preventivas de dispersión de los aviones tomadas por el mando revolucionario, este primer objetivo no había sido logrado.
El segundo propósito, a su vez, era importante para los fines políticos de justificación de la invasión inicial y de la intervención posterior. Para dar credibilidad a la historia fabricada, la CIA había preparado una amplia operación de propaganda que no sólo comprendía a los medios de prensa, sino involucraba también a la misión diplomática norteamericana en la ONU.
La misma mañana del bombardeo, el Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Raúl Roa, denunció la criminal acción en la Asamblea General de las Naciones Unidas y en su Primera Comisión, y acusó al Gobierno de los Estados Unidos de ser el responsable pleno del acto de piratería aérea. Ante esta acusación directa, el representante norteamericano, Adlai Stevenson, afirmó que los aviones que realizaron el ataque y que aterrizaron posteriormente en un aeropuerto de la Florida, “estaban conducidos por pilotos de la Fuerza Aérea cubana. [...] Ningún personal de los Estados Unidos participó en esta acción, ni ningún avión de los Estados Unidos tomó parte en ella”. Los aparatos, agregó, “son de la fuerza aérea de Castro, y [...] salieron de los propios aeropuertos de Castro”. En realidad, en defensa de Stevenson, quien tenía rango de miembro del gabinete ministerial de Kennedy, hay que aclarar que eso era lo que le habían instruido decir y que lo habían mantenido engañado sobre los planes de la CIA. Nunca antes en la historia había sido tan manifiesta la manipulación hasta de sus propios altos funcionarios y el uso deliberado de la mentira por parte de una gran potencia mundial.
Al día siguiente, en el sepelio multitudinario de las víctimas de la agresión, el Comandante en Jefe Fidel Castro ratificó la acusación a los Estados Unidos, declaró la orden de combate y proclamó el carácter socialista de la Revolución Cubana. La batalla que estaba a punto de comenzar sería librada por todo el pueblo en nombre de su Revolución Socialista.
En la madrugada del 17 de abril de 1961, el ejército de más de 1500 contrarrevolucionarios cubanos organizado, entrenado, equipado y financiado por la CIA, desembarca, según el plan previsto, por Playa Larga y Playa Girón, en la bahía de Cochinos, con el propósito de establecer una cabeza de playa y constituir un gobierno provisional contrarrevolucionario que solicitaría y obtendría de inmediato la intervención de los Estados Unidos. Las fuerzas agresoras contaban con gran cantidad de modernos armamentos, parque, artillería, tanques y todos los demás medios necesarios para una campaña rápida y exitosa.
Una simple ojeada a la composición del contingente mercenario, que había adoptado el nombre de Brigada 2506, mostraba sus objetivos de restauración oligárquica: 194 ex militares y esbirros de la tiranía batistiana, 100 latifundistas, 24 grandes propietarios, 67 casatenientes, 112 grandes comerciantes, 35 magnates industriales, 179 personas de posición acomodada, 112 elementos del lumpen social. Muchos de los mercenarios eran hijos o familiares de elementos acaudalados que habían perdido sus propiedades y privilegios.
Al día siguiente de entablada la lucha, el 18 de abril, fue confirmada la participación activa norteamericana en el ataque al ser derribado un avión, tripulado por Leo Francis Berliss, ciudadano de los Estados Unidos y piloto de la Guardia Nacional, cuando bombardeaba la población civil y las fuerzas cubanas de infantería en la zona del central Australia, a pocas millas de Playa Larga. Ese mismo día fueron avistados aviones de combate de la Fuerza Aérea norteamericana sobre la zona de operaciones, al tiempo que unidades navales de los Estados Unidos se acercaron a la costa, en cumplimiento de órdenes expresas del Presidente Kennedy, para participar en las operaciones de rescate de los contrarrevolucionarios que ya sentían la inminencia de la derrota por la presión insostenible de las fuerzas del Ejército Rebelde y las Milicias Nacionales Revolucionarias.
El mismo 17 de abril, en las Naciones Unidas, el Canciller cubano denunció la agresión y acusó nuevamente a los Estados Unidos. Otra vez Adlai Stevenson volvió a mentir: “Estas acusaciones son completamente falsas y yo las niego categóricamente. Los Estados Unidos no han cometido agresión alguna contra Cuba, ni han comenzado ofensiva alguna, ni desde la Florida ni desde ninguna otra parte del país. [. . .] Lo que el doctor Roa busca de nosotros hoy es la protección del régimen de Castro contra la natural cólera del pueblo cubano”. Ese mismo día, el Secretario de Estado norteamericano, Dean Rusk, declaró que “no hay ni habrá intervención [en Cuba] por las fuerzas de los Estados Unidos”.
El 18 de abril, al segundo día de combate, el propio Presidente Kennedy reafirmó que “los Estados Unidos no tienen la intención de intervenir militarmente en Cuba”, y agregó en un abierto desplante de cinismo: “Aunque se abstiene de una intervención militar directa en Cuba, el pueblo de los Estados Unidos no oculta su admiración por los patriotas cubanos”.
Ya en ese momento, los presuntos patriotas de Kennedy estaban en camino de la derrota, que se consumaría el 19 de abril. En aproximadamente 66 horas, el poderoso ejército de la CIA se entregaba o huía derrotado. La rápida y demoledora respuesta del pueblo cubano frustraba así los planes tan cuidadosamente elaborados durante más de un año e impedía la intervención militar directa de las fuerzas armadas de los Estados Unidos. Era, como bien dijo después Fidel, la primera gran derrota del imperialismo norteamericano.
La invasión mercenaria por Playa Girón costó al pueblo cubano la vida de 176 de sus hijos. Cientos de combatientes revolucionarios fueron heridos de mayor o menor gravedad en las acciones, de los cuales 50 compatriotas quedaron incapacitados para el resto de sus vidas.
Todavía el 20 de abril, en un discurso público, el Presidente Kennedy pretendió seguir sosteniendo la mentirosa fábula: “He insistido anteriormente que esta era una lucha de patriotas cubanos contra un dictador cubano. Aunque no se puede esperar que ocultemos nuestras simpatías, aclaramos repetidamente que las fuerzas armadas de este país no intervendrían en forma alguna”. Sin embargo, apenas cuatro días después, ante la incontrovertible evidencia de los hechos que fueron conocidos y ante la creciente pugna de imputaciones recíprocas entre la CIA y las demás agencias del Gobierno norteamericano por la responsabilidad del estruendoso y ridículo fracaso, la Casa Blanca emitió una declaración en la que expresaba textualmente: “El Presidente ha declarado desde el primer momento que, como Presidente, asume la responsabilidad de los acontecimientos de los últimos días. ”
Años más tarde, Arthur Schlesinger, asesor del Presidente Kennedy, reconocería: “La realidad fue que Fidel Castro resultó ser un enemigo mucho más formidable y estar al mando de un régimen mucho mejor organizado que lo que nadie había supuesto...”
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