Rosa Miriam Elizalde www.cubadebate.cu
Vent’anni di menzogne di Washington, ma solo dieci giorni sono bastati ai talebani per prendere il controllo dell’Afghanistan. Il finale lo ha fatto Joseph Biden imbastendo una scusa patetica, mentendo ancora una volta: “La nostra missione in Afghanistan non era quella di costruire una nazione, né creare una democrazia unita. Nostro unico interesse nazionale in Afghanistan è stato e continua ad essere quello di prevenire un attacco terroristico negli USA”.
Chi gli crede? Il Washington Post ha compilato, circa un anno e mezzo fa, circa 2000 pagine di note di oltre 400 interviste con militari, diplomatici, cooperanti e ufficiali afgani. Credevano di testimoniare in condizione di anonimato e hanno parlato a sazietà degli errori dell’esercito USA e dell’inganno deliberato della popolazione USA (e del mondo) per sostenere, a tutti i costi, il progetto di “cambio di regime” in Afghanistan. “Lezioni apprese”, hanno chiamato questa inusuale cartaccia.
“Ogni dato è stato alterato per presentare il miglior quadro possibile… I sondaggi, ad esempio, erano totalmente inaffidabili, ma rafforzavano l’idea che tutto ciò che abbiamo fatto fosse la cosa giusta”, ha detto Bob Crowley, il colonnello che è stato consigliere contro-insurrezionale tra il 2013 e il 2014. L’ex segretario alla Difesa Donald Rumsfeld, architetto dell’Esercito Cyberspaziale USA, ha aggiunto: “Non ho alcun tipo di visibilità su coloro che sono i cattivi”.
Più di 800000 soldati USA sono stati schierati in Afghanistan dal 2001. Il Dipartimento della Difesa ha riconosciuto 2443 vittime e circa 20589 feriti. Questa istituzione militare, insieme al Dipartimento di Stato e all’Agenzia per lo Sviluppo Internazionale (USAID), senza includere altre agenzie come la CIA o il Dipartimento per gli Affari dei Veterani, dal 2001, hanno speso 2,26 miliardi di dollari secondo stime del progetto “Costi umani e bilanci della guerra al terrorismo”, della Brown University, di Rhode Island.
Il “Progetto Costi della Guerra” stima inoltre che 241000 afgani siano morti come diretta conseguenza dell’intervento militare. Queste cifre non includono i decessi causati da malattie, perdita di accesso al cibo, acqua, infrastrutture e altre conseguenze indirette della guerra.
È impossibile ignorare le somiglianze di questi dati con i piani di cambio di regime a Cuba e le continue minacce dei politici della Florida. Circa 250 milioni di dollari di fondi federali sono stati investiti, negli ultimi due decenni, dalle agenzie federali USA per il “cambio di regime” sull’isola. Va chiarito che si tratta dei flussi pubblici, documentati dal “Cuba Money Project”, del ricercatore Tracey Eaton. Nessuno sa quanto denaro abbia viaggiato attraverso canali clandestini e segreti, mentre l’intervento militare è sempre un’opzione sul tavolo per i senatori Marco Rubio e Robert Menéndez, e la congressista María Elvira Salazar, per citare coloro che capeggiano l’ala del fondamentalismo anticubano a Washington.
Oltre al cambio di regime e al denaro, ciò che lega la storia imperiale degli USA con l’Afghanistan e Cuba sono i filmati. Quelli che abbiamo visto, in questi giorni, in rete sono simili a quelli che lo scrittore Eduardo Galeano ha raccontato e vissuto in prima persona. L’uruguaiano era un membro del tribunale internazionale di Stoccolma, che ha giudicato, nel 1981, l’invasione delle truppe sovietiche in Afghanistan.
Secondo la spiegazione ufficiale, l’invasione voleva difendere il governo laico che stava cercando di modernizzare il paese. “Non dimenticherò mai il momento culminante di quelle sessioni”, ha scritto Galeano. Un alto capo religioso, rappresentante dei fondamentalisti islamici, ha tenuto un lungo discorso pieno di rabbia anticomunista. Il freedom fighter del governo USA -ora terrorista-, ha tuonato:
– “I comunisti hanno disonorato le nostre figlie!” Gli è stato insegnato a leggere e scrivere!
Penso che Galeano sarebbe d’accordo con me che il grido di quell’uomo potrebbe essere interscambiato con quelli che emettono, un giorno sì e l’altro pure, i legislatori della crociata contro Cuba a Washington.
(Pubblicato originariamente su La Jornada)
Cambio de régimen, mentiras y películas de video
Por: Rosa Miriam Elizalde
Veinte años de mentiras de Washington, pero solo diez días bastaron a los talibanes para tomar el control de Afganistán. El remate lo ha hecho Joseph Biden al hilvanar una excusa patética, otra vez mentirosa: “Nuestra misión en Afganistán no era construir una nación, ni crear una democracia unida. Nuestro único interés nacional en Afganistán ha sido y sigue siendo prevenir un ataque terrorista en Estados Unidos”.
¿Quién le cree? El Washington Post compiló hace año y medio unas 2 000 páginas de notas de más de 400 entrevistas con militares, diplomáticos, cooperantes y oficiales afganos. Creían que ofrecían testimonio en condición de anonimato y hablaron hasta por los codos de los errores del Ejército estadounidense y del engaño deliberado a la población estadounidense (y al mundo) para sostener a toda costa el proyecto de “cambio de régimen” en Afganistán. “Lecciones aprendidas”, le llamaron a esta inusual papelería.
“Cada dato fue alterado para presentar el mejor cuadro posible… Las encuestas, por ejemplo, eran totalmente poco fiables, pero reforzaban la idea de que todo lo que hacíamos era lo correcto”, afirmó Bob Crowley, el coronel que ejerció de consejero de contrainsurgencia entre 2013 y 2014. El exsecretario de Defensa Donald Rumsfeld, arquitecto del Ejército Ciberespacial de los Estados Unidos, añadió: “No tengo ningún tipo de visibilidad sobre quiénes son los malos”.
Más de 800 000 efectivos estadounidenses fueron desplegados en Afganistán desde 2001. El Departamento de Defensa ha reconocido 2 443 bajas y unos 20 589 heridos. Esta institución militar, junto al Departamento de Estado y la Agencia para el Desarrollo Internacional (Usaid), sin incluir otras agencias como la CIA o el Departamento de Asuntos de Veteranos, desde 2001 han gastado 2,26 billones de dólares, según estimaciones del proyecto “Costos humanos y presupuestarios de la guerra contra el terrorismo”, de la Universidad Brown, de Rhode Island.
El “Proyecto Costos de la Guerra” también estima que han muerto 241 000 afganos como resultado directo de la intervención militar. Estas cifras no incluyen muertes causadas por enfermedades, pérdida de acceso a alimentos, agua, infraestructura y otras consecuencias indirectas de la guerra.
Imposible obviar las similitudes de estos datos con los planes de cambio de régimen en Cuba y las continuas amenazas de los políticos de la Florida. Cerca de 250 millones de dólares de fondos federales han invertido en las últimas dos décadas agencias federales estadounidenses para el “cambio de régimen” en la isla. Hay que aclarar que esos son los caudales públicos, documentados por el “Cuba Money Project”, del investigador Tracey Eaton. Nadie sabe cuánto dinero ha viajado por los canales clandestinos y secretos, mientras la intervención militar siempre es una opción sobre la mesa para los senadores Marco Rubio y Robert Menéndez, y la congresista María Elvira Salazar, por citar a los que encabezan el ala del fundamentalismo anticubano en Washington.
Además del cambio de régimen y el dinero, lo que une la historia imperial de Estados Unidos con Afganistán y Cuba son las películas de video. Las que hemos visto en estos días por las redes se parecen a aquella que narró y vivió en primera persona el escritor Eduardo Galeano. El uruguayo era miembro del tribunal internacional de Estocolmo, que juzgó en 1981 la invasión de las tropas soviéticas en Afganistán.
Según la explicación oficial, la invasión quería defender al gobierno laico que estaba intentando modernizar el país. “Nunca olvidaré el momento culminante de aquellas sesiones”, escribió Galeano. Un alto jefe religioso, representante de los fundamentalistas islámicos, dio una larga disertación llena de rabia anticomunista. El freedom fighter del gobierno de Estados Unidos -ahora terrorista-, tronó:
—¡Los comunistas han deshonrado a nuestras hijas! ¡Les han enseñado a leer y a escribir!
Creo que Galeano estaría de acuerdo conmigo en que el grito de aquel señor podía ser intercambiado por los que emiten, un día sí y otro también, los legisladores de la cruzada contra Cuba en Washington.
(Publicado originalmente en La Jornada)