Il mito del coinvolgimento di Cuba nelle proteste sociali di cinque anni fa in America Latina e nei Caraibi fa parte della politica di pressione progettata dagli USA nei confronti dell’Isola.
L’identificazione e l’analisi dei modelli presenti nelle accuse riguardanti la presunta partecipazione di Cuba alle proteste sociali avvenute in America Latina e nei Caraibi, nel 2019, così come la valutazione della campagna di accuse scatenate da allora, costituiscono il fulcro dell’articolo ‘Il mito del coinvolgimento di Cuba nelle proteste sociali in America Latina e nei Caraibi’.
Sviluppato dal direttore generale della Direzione Generale per l’America Latina e i Caraibi del Ministero degli Affari Esteri cubano, Eugenio Martínez Enríquez, e pubblicato sulla rivista Politica Internacional, lo studio dimostra l’inesistenza di prove a sostegno dei tentativi di attribuire a Cuba la responsabilità nell’organizzazione delle mobilitazioni in più di nove paesi della regione, tra cui Cile, Colombia, Perù ed Ecuador.
Come parte di una tattica già applicata in precedenza, si cercava di distogliere l’attenzione dalle vere cause di queste mobilitazioni, ignorando il fallimento delle politiche di vari governi e incutendo timore riguardo ai presunti pericoli di cambi nei sistemi politici.
Per quanto riguarda Cuba, la priorità era stigmatizzarla come un fattore destabilizzante nella regione, screditare i suoi programmi di cooperazione e interferire nelle sue relazioni internazionali, il tutto per giustificare l’inasprimento della politica di soffocamento economico degli USA.
I PREGIUDIZI POLITICI NON SONO PROVE
The Armed Conflict Location & Event Data Project (acled) ha registrato, nel 2019, oltre 40000 eventi di disordini nella regione, di cui più di 19400 erano episodi di violenza politica, osserva Martínez Enríquez.
Tuttavia, non avevano la stessa portata né le stesse cause; sebbene tutti fossero guidati da settori insoddisfatti delle prestazioni dei loro governi.
I media locali e stranieri hanno descritto le proteste come esplosioni o rivolte sociali e popolari, mobilitazioni di indignazione popolare, atti vandalici di gruppi terroristici o criminali, e attentati contro l’ordine stabilito.
Il diplomatico sostiene, inoltre, che, esaminando le dichiarazioni ufficiali, il comportamento dei governi e di altri attori politici, si riscontrano modelli molto simili, che indicherebbero la costruzione di una matrice di colpevolezza di Cuba.
Questi modelli possono essere raggruppati in cinque principali: l’attribuzione di responsabilità a Cuba sono state generate da agenzie del governo USA o da attori politici che non facevano parte dei governi contro i quali venivano fatte le proteste; si è accusata l’Isola di aver inviato cittadini cubani che avrebbero organizzato, promosso o partecipato alle proteste e alla generazione di violenza; il presunto coinvolgimento è stato riportato in rapporti di centri di analisi dell’intelligence o ufficiali che si sono rivelati falsi; e si è accusata Cuba di utilizzare piattaforme digitali per incoraggiare le proteste.
Evidenzia, inoltre, che il discorso di alti funzionari USA su questo tema è stato pressoché identico. Tra coloro che hanno cercato di convalidare il racconto accusatorio vi sono il presidente Donald Trump Jr., Mike Pompeo, il segretario di Stato John Bolton ed Eliot Abrams, inviato speciale USA per il Venezuela.
In quel coro non è mancata la voce del segretario generale dell’OSA, Luis Almagro Lemes; dell’opposizione radicale venezuelana rappresentata da Juan Guaidó e Julio Borges, e dell’ex presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez, tra altri, come indica l’articolo.
Il ruolo di protagonista del governo USA come capo e istigatore della campagna per accusare Cuba è stato molto evidente, sottolinea il diplomatico, dimostrando come il racconto ufficiale nei paesi in cui sono state formulate le accuse si basasse su pregiudizi politici e non su prove.
¿Cómo se construye la imagen de un «factor desestabilizador» en América?
El mito del involucramiento de Cuba en las protestas sociales de hace cinco años en América Latina y el Caribe forma parte de la política de presión diseñada por EE. UU. hacia la Isla
La identificación y el análisis de los patrones presentes en las acusaciones sobre la supuesta participación de Cuba en las protestas sociales ocurridas en América Latina y el Caribe, en 2019, así como la evaluación de la campaña de acusaciones desatadas desde entonces, constituyen el eje central del artículo El mito del involucramiento de Cuba en las protestas sociales en América Latina y el Caribe.
Desarrollado por el director general de la Dirección General de América Latina y el Caribe del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, Eugenio Martínez Enríquez, y publicado en la revista Política Internacional, el estudio demuestra la inexistencia de evidencias como parte de los intentos por atribuir a la Isla responsabilidades en la organización de las movilizaciones en más de nueve países de la región, entre ellos Chile, Colombia, Perú y Ecuador.
Como parte de una táctica aplicada en ocasiones anteriores, se buscaba desviar la atención de las verdaderas causas de estas movilizaciones, al desconocer el fracaso en las políticas de varios gobiernos e infundir miedo con respecto a los supuestos peligros de cambios en los sistemas políticos.
Con respecto a Cuba, era prioridad estigmatizarla como un factor desestabilizador en la región, desacreditar sus programas de cooperación e interferir en sus relaciones internacionales, todo lo cual serviría para justificar el endurecimiento de la política de asfixia económica de EE. UU.
LOS SESGOS POLÍTICOS NO SON EVIDENCIAS
The Armed Conflict Location & Event Data Project (acled) registró, durante 2019, más de 40 000 eventos de desorden en la región, de ellos más de 19 400 fueron de violencia política, reseña Martínez Enríquez.
Sin embargo, no tuvieron similar magnitud ni la misma causa; aunque todos fueron protagonizados por sectores insatisfechos con el desempeño de sus gobiernos.
Medios de prensa locales y extranjeros acuñaron las protestas como estallidos o revueltas sociales y populares, movilizaciones de indignación popular, actos vandálicos de grupos terroristas o grupos criminaloides, y atentados contra el orden establecido.
El diplomático argumenta, además, que, al revisar las declaraciones oficiales, la conducta de gobiernos, y de otros actores políticos, se registran patrones muy similares, que indicarían la fabricación de una matriz de culpabilidad de Cuba.
Los patrones se pueden agrupar en cinco fundamentales: la atribución de responsabilidades a Cuba fue generada por agencias del Gobierno de Estados Unidos o por actores políticos que no formaban parte de los gobiernos contra los que se hacían las protestas; se acusó a la Isla de enviar a ciudadanos cubanos que organizaron, promovieron o participaron en las protestas y en la generación de violencia; el supuesto involucramiento fue reportado en informes de centros de análisis de inteligencia u oficiales que resultaron ser falsos; y se le acusó de usar plataformas digitales para alentar las protestas.
Señala, además, que el discurso de altos funcionarios de Estados Unidos fue casi idéntico sobre este tema. Destacan entre quienes intentaron validar el relato acusatorio el presidente Donald Trump Jr., Mike Pompeo, el secretario de Estado John Bolton y Eliot Abrams, enviado especial de Estados Unidos para Venezuela.
No faltó en ese coro la voz del secretario general de la oea, Luis Almagro Lemes; la oposición radical venezolana representada por Juan Guaidó y Julio Borges, y el expresidente colombiano Álvaro Uribe Vélez, entre otros, indica el artículo.
El protagonismo del Gobierno de Estados Unidos como líder e instigador de la campaña para acusar a Cuba fue muy evidente, señala el diplomático, tras demostrar que el relato oficial en los países en los que se produjeron las acusaciones se sostuvo en sesgos políticos y no en evidencias.